Como indica el título, la sesión de este día se puede resumir como una improvisación constante. La intención era hacer una sesión de verano, aunque todavía era marzo, este tipo de sesiones hay que hacerlas antes de que las zonas de costa se llenen de turistas.

Nos dirigimos a un pequeño pueblo de la Costa Brava, que ya habíamos visitado y donde llevábamos meses planeando una sesión. Cuando llegamos al precioso pueblo costero, el viento soplaba muy fuerte y el cielo estaba totalmente nublado, lo que hacía totalmente imposible permanecer en la orilla y hacer el tipo de fotos que estaban en el guión. Aunque pronto salió el sol, el viento seguía soplando y el mar estaba demasiado picado para poder hacer la sesión de playa

Ante la imposibilidad de hacer nada, cuando pasamos por delante de un restaurante que estaba frente a la playa, decidimos pedir permiso para hacer algunas fotos dentro. El gran ventanal que daba al mar, unido al hecho de que no necesitábamos iluminar nada, nos permitió salvar más de la sesión, pues contra todo pronóstico hicimos más de 100 fotos diferentes.

Sin embargo, a la hora de comer tuvimos que poner la sesión en pausa, ya que las mesas empezaron a llenarse y la paz que reinaba en aquel lugar se esfumó. También aprovechamos para almorzar y reponer fuerzas para continuar con la sesión.

Después de la comida el día mejoró y pudimos disfrutar de las vistas. Aunque el viento no parecía amainar, para nuestra sorpresa, hacia el atardecer cesó, y cuando el mar se calmó, pudimos aprovechar este magnífico paisaje y hacer fotos de yoga y deporte, acompañados de la brisa marina, riendo, con el constante olor a mar y en un pueblo encantador de la Costa Brava.